
Un artefacto místico. Una ventana a la dimensión duodenal. Un altar portátil al gran Don Gregorio Esteban Sánchez Fernández, conocido como Chiquito de la Calzada. Y sobre todo: una joya nostálgica de edición limitada.







Planchette de triple metacrilato grabado con Chiquitazo™
en su interior.

Tablero en tela impresa, de algodón 100%, 160 g/m².

Caja rígida con tapa, hecha a mano.

Diez modelos. Diez unidades. Fabricación bajo pedido.

#1 Ed. Cuen
85€
85€

#2 Ed. Fistro
85€
85€

#3 Ed. Pradera
85€
85€

#4 Ed. Cobarde
85€
85€

#5 Ed. Mamarr
85€
85€

#6 Ed. Comor
85€

#7 Ed. Pedazo
85€
85€

#8 Ed. Pecadorr
85€
85€

#9 Ed. Noorr
85€
85€

#10 Ed. Mereterita
85€
85€
Está la cosa muy malar, diría el más grande. Vivimos una época en la que todo divide y se analiza; todo tiene una lectura sesgada, una opinión polarizada y una reacción en cadena. Y en medio de tanto ruido, de tanto juicio, uno recuerda con cierta ternura esa época en la que el mayor dilema de la semana era si venía el de Telepizza o no. Una época en la que los programas eran estúpidos y eso estaba bien. En la que la expresión amatoma sesual podía sonar en prime time. En la que un señor salió a escena con paso glitcheado, voz entrecortada, una lengua propia, y nos cambió el mapa emocional del país sin que nadie se diera cuenta.
Esto no es una ouija convencional. No invoca, no asusta, no perturba, y tampoco lo pretende. Es una pieza única, un objeto de colección y de memoria. Una reliquia que mezcla lo místico con lo pop, lo paranormal con lo patatero. Un homenaje portátil al humor que nos salvó cuando no sabíamos que necesitábamos ser salvados. Y es que la figura de Chiquito sigue viva. Porque no hay día que no se cuele en una conversación, un meme o una esquina del recuerdo. Porque su lenguaje era código, pero también consuelo. Y porque logró algo que muy pocos han conseguido: un lenguaje propio sin necesidad de traducirse.
La Ouijarl es un acto de amor disfrazado de piedra sagrada. El horrocrux ibérico por definición. Un amuleto de otro tiempo. Una risa que atraviesa dimensiones duodenales. Y que, si te paras un segundo, te recuerda quién fuiste en una España que fue feliz en su rareza. La del salón con escay y paredes de gotelé, la de los recreos con Tazos, los veranos con Espinete y las casas con teléfono fijo al que llamaban preguntando si estaba tu madre. De cuando el futuro parecía una tontería lejana. Donde se podía ser único sin tener que disculparse. Donde todo era un poquito más feo, pero también más de verdad.
Y sobre todo para que, si un día decides usarla como artefacto de comunicación con lo desconocido, quién sabe, a lo mejor al otro lado aparece el gran Don Gregorio Esteban Sánchez Fernández para recordártelo él mismo.
Hasta luego, Lucas.
Envíos solo a España (península y Baleares)
Precio con gastos de envío incluidos
Fabricación bajo pedido (envío en un mes)

Un artefacto místico. Una ventana a la dimensión duodenal. Un altar portátil al gran Don Gregorio Esteban Sánchez Fernández, conocido como Chiquito de la Calzada. Y sobre todo: una joya nostálgica de edición limitada.







Planchette de triple metacrilato grabado con Chiquitazo™

Tablero en tela impresa, de algodón 100%, 160 g/m².

Caja rígida con tapa, hecha a mano.

Diez modelos. Diez unidades. Fabricación bajo pedido.

#1 Ed. Cuen
85€
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#2 Ed. Fistro
85€
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#3 Ed. Pradera
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#4 Ed. Cobarde
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#5 Ed. Mamarr
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#6 Ed. Comor
85€

#7 Ed. Pedazo
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#8 Ed. Pecadorr
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85€

#9 Ed. Noorr
85€
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#10 Ed. Mereterita
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Está la cosa muy malar, diría el más grande. Vivimos una época en la que todo divide y se analiza; todo tiene una lectura sesgada, una opinión polarizada y una reacción en cadena. Y en medio de tanto ruido, de tanto juicio, uno recuerda con cierta ternura esa época en la que el mayor dilema de la semana era si venía el de Telepizza o no. Una época en la que los programas eran estúpidos y eso estaba bien. En la que la expresión amatoma sesual podía sonar en prime time. En la que un señor salió a escena con paso glitcheado, voz entrecortada, una lengua propia, y nos cambió el mapa emocional del país sin que nadie se diera cuenta.
Esto no es una ouija convencional. No invoca, no asusta, no perturba, y tampoco lo pretende. Es una pieza única, un objeto de colección y de memoria. Una reliquia que mezcla lo místico con lo pop, lo paranormal con lo patatero. Un homenaje portátil al humor que nos salvó cuando no sabíamos que necesitábamos ser salvados. Y es que la figura de Chiquito sigue viva. Porque no hay día que no se cuele en una conversación, un meme o una esquina del recuerdo. Porque su lenguaje era código, pero también consuelo. Y porque logró algo que muy pocos han conseguido: un lenguaje propio sin necesidad de traducirse.
La Ouijarl es un acto de amor disfrazado de piedra sagrada. El horrocrux ibérico por definición. Un amuleto de otro tiempo. Una risa que atraviesa dimensiones duodenales. Y que, si te paras un segundo, te recuerda quién fuiste en una España que fue feliz en su rareza. La del salón con escay y paredes de gotelé, la de los recreos con Tazos, los veranos con Espinete y las casas con teléfono fijo al que llamaban preguntando si estaba tu madre. De cuando el futuro parecía una tontería lejana. Donde se podía ser único sin tener que disculparse. Donde todo era un poquito más feo, pero también más de verdad.
Y sobre todo para que, si un día decides usarla como artefacto de comunicación con lo desconocido, quién sabe, a lo mejor al otro lado aparece el gran Don Gregorio Esteban Sánchez Fernández para recordártelo él mismo.
Hasta luego, Lucas.
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